martes, 17 de agosto de 2010

PERALES DE TAJUÑA: La estrategia de Sertorio



En un delicioso valle regado en toda su extensión por el Tajuña, en la falda de un gran cerro y sobre la carretera de Madrid a Valencia que pasa por el centro de la villa, encontramos Perales de Tajuña según lo describía Madoz en su Diccionario en 1849. El nombre de Perales hace referencia al fruto que tan fértil vega produce; Tajuña, su apellido, se debe al afluente del Tajo a cuyas orillas creció el pueblo.


La zona de ocupación antigua más conocida es el yacimiento del Risco de las Cuevas en el camino de Tielmes; presenta unas cuevas excavadas a diferentes niveles en un risco de marga yesífera. Es una roca - escribe Antonio Cantó - curiosa por su altura, por su longitud y por las diversas variedades de yeso que la forman y, sobretodo, por el número de cámaras talladas y labradas por el hombre en antiquísimas y diferentes épocas.

En la denominada Cuesta del Viejo se encontraron en su día vestigios carpetanos. Los carpetanos, como sabemos, se dividían en varias tribus y los componentes de una de ellas recibían el nombre de caracitanos. Sabemos también que pertenecían a la ciudad de Caraca, pero no tenemos seguridad absoluta de su ubicación, aunque Plutarco, en su obra Vidas paralelas, nos dé, varias pistas al relatarnos un suceso con visos de leyenda. Los nativos de Caraca, llamados caracitanos, vivían en un pueblo situado al otro lado del río Tagus ( Tajo ), en un monte de bastante extensión y altura, [ donde ] hay muchas cuevas y cavidades de rocas.


Dice Plutarco que era imposible tomar por la fuerza a los moradores de ésta zona ya que produce una tierra muy deleznable por su finura (...) con tocarla ligeramente se deshace como la cal o la ceniza. Sus habitantes, cuando se retiraban a las cuevas con sus presas accedían a ellas con la mayor naturalidad pese a lo inaccesible del terreno. Una vez instalados arriba no existía posibilidad de moverlos de allí.


Sertorio, general romano que había establecido su campamento junto a aquel monte con idea de someter a sus autóctonos, se sintió vejado y despreciado por ellos cuando le insultaban como a un vencido. Al día siguiente muy de mañana, fue a reconocer el sitio junto a parte de su tropa y como ninguna de las cuevas tenía camino de subida se conformó con hacerles vanas amenazas; estaba en ésto cuando comprobó que de la tierra se levantaba infinidad de polvo y era llevado por el aire hacia arriba. Sabía el general que el viento de aquella región, al que algunos llaman "Cecías", es allí el que más domina y el más impetuoso de todos. Basado en esto concibió una estratagema:


Ordenó a sus soldados que recogieran aquella tierra suelta y cenicienta y la fueran acumulando haciendo promontorios en diferentes partes del monte; los indígenas se burlaban de los romanos desde los riscos creyendo que preparaban trincheras contra ellos. Al terminar la tarea, la tropa se retiró a descansar haciendo caso omiso de las mofas.


La siguiente mañana amaneció acompañada de un aura suave, que levantó - según Plutarco - lo más delgado de aquella tierra amontonada esparciéndola a manera de humo y después, arreciándose el "Cecías" con el sol, y poniéndose ya en movimiento los montones, los soldados que se hallaban presentes los revolvían desde el suelo y ayudaban a que se levantase la tierra. Algunos corrían con los caballos arriba y abajo, y contribuían también a que la tierra se remontase en el aire, y a que, hecha un polvo todavía más delgado, fuese empujada por aquél hacia las casas de los nativos que recibían el cierzo por la puerta.


Al no tener las cuevas otro respiradero que aquel sobre el que se precipitaba el viento, quedaron luego muy ciegos, y además empezaron a asfixiarse, respirando un aire incómodo y cargado de polvo. Aguantaron dos días escasos en tan lastimosa situación, pero al tercero se entregaron, aumentando no tanto el poder como la gloria de Sertorio. El general romano dejó probado con su acción guerrera que lo que no estaba sujeto a las armas lo alcanzaba con su inteligencia e ingenio.


Del libro: Pueblos con leyenda en la Comunidad de Madrid

jueves, 5 de agosto de 2010

Una aproximación literaria a la pintura mitológica del Museo del Prado


Cuadro: El Banquete de Tereo

Autor: Peter Paul Rubens.

Escuela: Flamenca.

Época: Siglo XVII.

Pandión, rey de Atenas, sostenía una contienda con Labdaco por motivos de fronteras. Obtuvo la victoria el primero con la ayuda de Tereo, rey de Tracia motivo por el que se apresuró a demostrarle su gratitud, dándole en matrimonio a su hija Procne.


Fueron malos los auspicios de ésta boda: no asistieron a la ceremonia ni Himeneo ni ninguna de las Gracias; sólo las Euménides los acompañaron portando en sus manos antorchas procedentes de un funeral. Mientras estas divinidades preparaban el lecho a los recién casados, un siniestro buho descendió sobre el tejado y vino a posarse justo encima del tálamo nupcial.


Habían transcurrido cinco otoños desde que la hija de Pandión dejara a su familia para seguir a su marido a Tracia. Aquel día, durante la comida rogó a su esposo:


- Hace mucho tiempo que no veo a los mios, ni siquiera conocen a nuestro hijo; déjame ir a abrazarlos o tráeme al menos a mi hermana. Su compañía por algún tiempo me hará bien.


Tereo aprovechó uno de sus viajes para al regreso fondear en el puerto de Cécrope y visitar a su suegro. El deso de Procne, fué escuchado con alborozo por parte de su hermana Filomela. Su padre puso algunos reparos, pero al fin cedió ante la vehemencia que la hija ponía en sus ruegos.


A la mañana siguiente Pandión despidió en el puerto a los dos viajeros. Después de abrazar a Filomela con tristeza, estrechó con fuerza la diestra de Tereo, mientras le decía:


- Te entrego a mi hija, querido yerno. Te ruego por los dioses que mires por ella con el amor de un padre. Devuélvemela cuanto antes: es el consuelo de mi vejez.


Cuando Tereo se fundió en un abrazo con el rey de Atenas ya bullía en su mente un oscuro deseo. Durante la travesía, su mirada de águila rapaz no se apartó del cuerpo de la doncella que, molesta, deseaba llegar cuanto antes a Tracia. "Al lado de mi hermana todo me parecerá diferente", pensó.


Al final del viaje la nave quedó atracada en la costa y Tereo continuó el regreso junto a Filomela tomando un camino abrupto, cosa que extrañó a la muchacha. Sentíase ésta muy cansada de la caminata, cuando en un cerrado bosque descubrió un establo que se hurtaba a la vista del pasajero. Tereo la invitó a descansar "para reparar fuerzas", según le dijo; mas ella tembló ante la turbia mirada de sus ojos. Apenas entraron se avalanzó sobre la asustada doncella y de nada valieron sus súplicas. Cuando la dejó maltrecha tirada sobre la paja, había desaparecido de sus ojos el deseo.


- Óyeme bien -le advirtió Tereo-, ¡jamás debe salir de tu boca palabra alguna sobre esto!


Ella se levantó como pudo, la vergüenza no le dejaba colocarse la túnica, las manos le temblaban al abrocharse el ceñidor; pero a pesar de todo se irguió, echó para atrás los despeinados cabellos que cubrían su rostro y se dirigió retadora a su cuñado:


- Escúchame tú, Tereo: Me enseñaron que la virginidad y el pudor eran dos joyas que la mujer debía salvaguardar; me has robado la primera y yo voy a despojarme del segundo para publicar a los cuatro vientos quién es el rey de Tracia. Voy a contar tu felonía hasta a las mismas piedras.


Las palabras de Filomela, y su actitud resuelta dejaron asombrado a Tereo. Se debatía entre el temor y la ira. Pronto reaccionó. Furioso, ató a la muchacha al madero de un pesebre, cogió un cuchillo de monte que pendía de la pared del cobertizo y, tras un forcejeo inútil por parte de ella, le seccionó la lengua.


- Jamás sabrá nadie lo que aquí ha pasado -le dijo después a modo de despedida.


Enloquecida por el dolor y la soledad, estrechada por sus propios brazos, soportó la noche la hija de Pandión. "¿Qué ha pasado -pensaba- para que vosotros, mis dioses, me hayáis abandonado de esta manera..?"


Procle los esperaba a la entrada del palacio. Al ver llegar solo a Tereo, sus facciones se entristecieron. Le hizo una pregunta que llevaba consigo la respuesta:


- No accedió mi padre a la venida de mi hermana...


- Ha ocurrido algo peor. Filomela falleció durante la travesía y su cadáver reposa a orillas del mar -contestó con aplomo el malvado, mientras se tapaba los ojos con las manos fingiendo un inexistente llanto.


Su esposa lloró con desconsuelo, vistió su cuerpo de luto y ante un sepulcro vacío ofreció sacrificios expiatorios a los dioses. Después, maldijo la hora en que ella misma proyectó aquel viaje.


Cuatro meses había mostrado la luna su faz cuando Filomela decidió poner en práctica un plan que descubriera la ofensa a la que fué sometida. Sacó de su escarcela el bastidor y los hilos de dorada seda que llevaba como regalo para su hermana; tensó sobre el tambor un trozo de tela arrancado de su túnica y comenzó a bordar signos, unas veces unidos y otras separados. Una vez finalizada la labor dobló la tela cuidadosamente y se dedicó a recorrer aquellos lugares perdidos tratando de encontrar a alguna persona que quisera llevar el mensaje a su hermana.


Un día y casi una noche vagó la infeliz mujer por el intrincado bosque. Convencida al fin de que era un paraje inhabitado, se sentó sobre una piedra y se quedó dormida. Cuando la Aurora, después de visitar a los dioses, hacía su diario recorrido por la tierra, la encontró cubierta de rocío y desmadejada. La despertó con su anaranjada luz y le preguntó.


- ¿Puedo ayudarte en algo?


La esperanza brilló en los ojos de Filomela, ¡qué sensación de seguridad le comunicaba aquella hermosa mujer! Puso la tela en sus manos y le pidió por medio de gestos que la entregara a la propia reina. Los dedos ansiosos de Procne desdoblaban horas más tarde el trozo de lino; sus ojos se aterrorizaron cuando descifró sus signos: "He sido ultrajada y violada por Tereo. Después amputó mi lengua para impedir que hablara. Me dejó en un viejo cobertizo del bosque". Sin perder tiempo, Procne se trasladó al establo que ya conocía y una vez allí se fundió en un doloroso abrazo con su hermana. Las manos temblorosas de ésta le comunicaron, aferradas a las suyas, todo lo amargo de su sufrimiento.


El rey de Tracia se quedó sobrecogido aquella noche al ver entrar en la sala a su mujer seguida de Filomela. Fué una desgraciada sorpresa para él. Procne portaba entre sus manos un suculento plato de carne asada que le sirvió. Cuando Tereo lo hubo comido, su esposa, mirándolo desafiadora con todo el odio del mundo acumulado en su voz, le dijo:


- Acabas de engullirte a Itis, tu propio hijo.


El rey, con la estampa de la locura reflejada en su rostro, se hizo con una espada y persiguió a las hermanas que huyeron despavoridas a través de los jardines del palacio. Cuando casi eran alcanzadas, rogaron a los dioses auxilio. Apiadáronse éstos del mucho sufrimiento de las mujeres y las convirtieron en pájaros: a Prócne, en ruiseñor; a Filomela, en golondrina. No quisieron dejar al lujurioso Tereo provocar nuevos actos malvados y lo metamorfosearon en una sucia abubilla.


Desde aquel día, un hermoso niño corretea en los prados de Tracia vigilado por dos ninfas. Suele pasearse bajo un árbol para escuchar los trinos maternales de un ruiseñor que ninguna mañana falta a la cita.


(Del libro Dioses y Mitos)